Caminata hacia y por el Mausoleo del Dr. Knoch en la vertiente norte del Ávila, sector plan de la Alpargata, Galipán. 

"De modo que sería necesario crear todo un sistema de palabras nuevas 
para el tamaño de nuestra realidad" 
Algo más sobre literatura y realidad, Gabriel García Márquez.
  • ¡Paso algo! ¡corre!
  • Pero, ¿qué pas…?
  • ¡corre, corre!
  • Ya va, pe…
  • ¡Cooorree!

Parece una conversación, pero todo sonó al mismo tiempo. Apenas lo primero fue mencionado, dimos la vuelta y corrimos montaña arriba. Mientras corríamos surgieron gritos como “¡están robando!” “¡y robaron a los muchachos de abajo!” y muchas más veces el “¡cooorreee!”. En algún momento la algarabía paró. Uno de los guías se comunicó con el que abría la ruta y logró entender que había caballos más adelante y estaban nerviosos.

Probablemente su explicación fue lo que dio fin a la desesperación y el desastre de gente corriendo de vuelta. Pero mentiría si lo doy por sentado. No sé cómo o por qué paramos de correr. Pero lo hicimos y comprendimos lo de los caballos. Dimos vuelta. Seguimos bajando y no tardamos demasiado para encontrarlos de frente. Uno negro, uno marrón y uno gris. Este último era una mula, en realidad.

El negro parecía molesto. Nervioso, de hecho. Y a los compañeros de adelante les había lanzado patadas. La algarabía que provocó en ese momento fue lo que desató la tergiversación de la información y nos hizo correr.

Nos paramos en seco. Algunos tienen miedo, otros no tanto. Pero todos tenemos curiosidad sobre cómo los bordearemos y lograremos pasar para continuar con nuestro descenso. Un muchacho y dos guías –los únicos hombres de un grupo donde habíamos como seis o siete mujeres- intentaron hacerlos retroceder, pero el sendero es muy estrecho y de igual manera se nos iba a hacer dificultoso pasarles por al lado.

Además, muchas seguían riéndose del malentendido que había ocurrido minutos antes y los seguían poniendo nerviosos. En algún punto decidieron, más bien, hacerlos correr hacia arriba y así nosotros poder terminar la ruta en paz. Tuvimos que montarnos y escondernos en el monte para dejarles el pequeño sendero libre.

En ese momento me agaché, saqué mi pequeño cuadernito del morral e intenté escribir algo. Una de las compañeras dijo un “¿y tú vas a escribir una historia?”, yo respondí con un penoso y avergonzado “más o menos” y fingí demencia. Es decir, hice que estaba buscando mi celular. Pero tenías razón, y aquí estoy, escribiéndolo.

Pasó el primero, el negro, el más grande, seguramente el macho alfa de los tres. Tocon, tocon, tocon, tocon. No sé cómo se escribe un galope fuerte y determinante. Creo que tampoco lo había escuchado nunca tan cerca y claro. Pero yo no tenía miedo. Sabía que a los animales, aunque sean salvajes, no hay que tenerles miedo, porque lo perciben y los pone nerviosos.

Los otros dos pasaron con más calma y se detuvieron justo a nuestro lado. Y casi sentí temblar a la que antes me había observado lo de la historia. La mula volteó hacia nuestro lado y yo sentí que me miró. En ese momento sí sentí una presioncita en el estómago, nervios. Pensé en que no quería respirar para pasar desapercibida y miré hacia otro lado. Pareció una eternidad, pero a los pocos segundos, los animales siguieron su camino.

Cuando estaban lo suficientemente lejos seguimos descendiendo. La ruta había sido demasiado tranquila como para no tener una experiencia que contar.

Casi llegando al final del sendero, conseguimos a dos perros parados a la orilla del camino gruñendo y ladrando. No sabemos de dónde salieron. Como los caballos, fueron una sorpresa. Alguien mencionó que nuestro retorno era como una película de los juegos del hambre y a mí se me ocurrió poco después que sería un buen título.

Porque fue así. Lo que pudo ser una vuelta tranquila, se convirtió en corredera, gritos, miedo y desesperación. De repente, decidieron ponernos a unos caballos en el camino y una vez superamos esa prueba, lo intentaron con los perros. Buen intento, Vigilantes. Pero llegamos a la plaza sanos y salvos. Listos para bajar de Galipán en jeep.

Ruta del Dr. Knoch

Habíamos subido por Galipán con dirección al Mausoleo del Dr. Knoche. Una edificación sencilla en la que se encuentran las réplicas de lo que alguna vez fueron urnas con personas momificadas. Lo sorprendente no son, para nada, los cadáveres en ella o en el Plan de la alpargata (la verdad, son casi como una caricatura), lo impresionante es cómo alguien extranjero llegó a Venezuela, específicamente a ese lugar de la montaña a establecerse e inventar un líquido para embalsamar cuerpos.

Historia que solo tiene sentido si presenciamos una clase en la que nos expliquen que anteriormente, hasta la época de Guzmán Blanco, estaba prohibido la sepultura de extranjeros en el país, lo que tenía como consecuencia que éstos hiciesen cementerios privados. Gottfried August Knoche, médico cirujano alemán residenciado en La Guaira, fue uno de los que solicitó el permiso para llevar a cabo uno de estos proyectos y ese fue el origen de todo el increíble lugar que se aloja en Picacho de El Ávila.  Así lo dice en el blog de Rutas Ecopatrimoniales.

Lo misterioso o terrorífico, es que el Dr. Knoche inventó un líquido embalsamador para momificar cadáveres, incluyendo el suyo, y la montaña aún alberga los restos de la hacienda donde vivía y su laboratorio. Los cuerpos originales fueron saqueados hace años, pero El Mausoleo fue recuperado en el año 2009 por un grupo liderado por Jesús Burgos y ahora existen replicas.

La ruta en general tiene subidas bastante pronunciadas, pero en plano y de flora boscosa. Lo que hace que sea más llevadero el esfuerzo. Es bastante fácil y rápida en comparación con otros caminos de El Ávila. Sin embargo, hay lugares en donde tienden a caerse arboles con frecuencia y van creando nuevos obstáculos en el sendero. En conclusión, es fácil si tienes, aunque sea un poco de condición.