Notas, páginas y recuerdos de mi viaje al Delta del Orinoco, entre Monagas y Delta Amacuro, en Venezuela

Delta del orinoco amanecer
Y mi voz hambrienta no tiene miedo de cantar por siempre Mi libertad
Monsieur Periné

Ayer me recordaron el Delta y me hubiese encantado comenzar a escribir sobre él con esta escena. Por el contrario, me descubro en la incapacidad de recordar con detalle incluso algo que pasó ayer. Igual lo intento.

Terminé la clase y como suelo hacer algunas veces, me quedé con unos alumnos hablando sobre algún tema, al ver la pulsera de mi mano izquierda uno de ellos me preguntó…  ya ni recuerdo la pregunta exacta pero sé que me causó excesiva sorpresa, aunque no es la primera vez que me preguntan por ella. Tampoco recuerdo mi respuesta, solo que la había comprado a los waraos en un viaje al Delta. De hecho, no recuerdo si mencioné el lugar, la verdad, pero sí recuerdo a mi interlocutor arquear las cejas y preguntar ¿en el Delta? y acto siguiente decir que le encantaba el Delta y que él también había ido y por ahí seguimos la conversación.

Ayer me recordaron el Delta y hoy amanecí entre las anotaciones y los dibujos que hice de este lugar mágico en septiembre 2022. He decidido que es momento de escribir sobre él. Es hora de compartir esas notas y honrar los recuerdos. Vuelvo a la frase que me dejó El acontecimiento de Annie Ernaux: la única memoria es material. 

Llegada al Orinoco Delta Lodge 

Imagínate ser un gato llamado Moriche y vivir en el Delta del Orinoco con tu compañero Temiche. Ustedes son los únicos felinos -domesticados, al menos- del lugar y conviven con otros animales -algunos ya no tan domésticos- en el Orinoco Delta Lodge. Qué vida más buena deben vivir. Llegamos hasta el Delta, ¿quién lo diría? El Delta se siente pleno. Se ve bajar la marea y a las horas subir. 

De camino aquí se pueden ver  tres campamentos de comunidades waraos a los que el gobierno les construyó casitas de concreto, que no usan porque hace mucho calor, y una de ellas tuvo una planta eléctrica, que al acabarse el combustible dejó de funcionar. 

Llueve en el Delta del Orinoco y yo, a la orilla del río, en una tumbona de madera, no sé qué sentir. Como siempre que me encuentro en un lugar que sobrepasa las expectativas. O, más allá de no saber qué sentir, no sé cómo poner en palabras que por dentro me siento llena. Desde el estómago (y no tiene que ver con que acabamos de almorzar divino) hasta la garganta. 

Y llueve y llueve y baja (o va) mata y mata. Bora, una planta acuática que pobla gran parte de estos caños del Orinoco. En pocas horas aquí he aprendido más de plantas que en el último año. Me causó especial cariño el Moriche, para ellos «el árbol de la vida» porque hacen «de todo» con el árbol.

Por supuesto, confirmamos que estamos en la selva y vamos a vivir unos días entregados a la naturaleza. No agua caliente, no aire acondicionado.

La electricidad es por planta eléctrica y a las 10 de la noche la apagan y todo queda en el más puro silencio natural que se ha escuchado nunca. Silencio natural porque no es un verdadero silencio. Aunque se sienta paradójico. Es una oportunidad para escuchar sonidos que nunca antes hemos escuchado. 

Aun así, nos abandonamos a disfrutar por completo el viaje y brindamos con roncito (Santa Teresa) y agüita de coco. Salud.

Sobreviví a la primera noche en el Delta del Orinoco

Sobreviví a mi primera noche en el Delta del Orinoco aunque escuchamos al búho que canta o, más bien, llora como la llorona -o la sayona, ya ni sé- toda la noche. Además de tenerle miedo a cada cosa que se movía a nuestro alrededor y pensar que estaba dentro de nuestro palafito o mosquitero. Aunque tuve razón cuando, en la mañana al abrir la puerta del baño, me encontré un sapito y grité como si fuese una baba. Sobreviví, aunque ahora mismo me rodeen insectos que parecen moscas rubias mientras escribo esto.

Sobreviví porque ya a las 5:45 a.m. había amanecido y qué fortuna. Sentí toda una victoria, porque tuve miedo de la noche y ya estaba claro. Debajo de nuestro palafito también se sentía cada cosa que se movía. Sobreviví aunque me asusté con el sonido de mis propias sandalias al ponermelas para enfrentar al sapo. Recuerdo haberme despertado a las 12:36 y pensar en que ahora es que quedaban horas -y un día más- de este suplicio llamado escuchar animales que nunca en mi vida había escuchado y todos juntos. 

Luego a las 2:39, A me preguntó la hora. Y al contrario de lo que pensé, el clima es caluroso en la madrugada. Está haciendo calor y acabo de saludar a unos waraos que no me devolvieron el saludo. Sí, son tímidos y yo estoy invadiendo su espacio. Estoy haciendo un timelapse de cómo sale el sol y descubro que no tengo paciencia para esperar. Al menos no hoy.

Segunda noche: la calma

Esta segunda noche fue tan silenciosa y calmada que me hizo dudar sobre la anterior. ¿Será que fue mi imaginación ansiosa que dio pasó a todos los sonidos de animales que nos habían nombrado ese día? Porque la diferencia fue abismal. Incluso A lo reconoció y eso que la noche anterior no escuchó la mitad de los sonidos que le comenté.

El día de ayer estuvo repleto de actividades. Desde la compra de artesanía hasta una visita a una comunidad y caminata (o más bien aqua trekking) por la selva. De nuevo uno de esos momentos de supervivencia de los que luego te ríes, pero que en el momento la adrenalina te hace disfrutar en un mundo paralelo y en el otro solo sobrevives haciendo lo mejor que puedes.

Nos echamos un baño en “la playa”, una parte del río que no mide 12 o 24 metros de profundidad, sino que en teoría puedes tocar y pararte. Yo nunca lo logré. En parte por mi tamaño, en parte porque  la corriente no nos dejó disfrutarla. Siempre nos llevaba lejos. Comimos pescado de río sobre el río.

Visitamos una comunidad. Wakajara de Manamo (el caño en el que estamos ubicados). Fue desgarrador. Fue agridulce. Por un lado, saber sobre la cultura y tenerlos tan cerca es una fortuna; y por otro, estar, de alguna manera, tratándolos como atractivo turístico cuando están viviendo en situaciones tan precarias se siente horrible. Ver a los niños con esas panzotas que seguramente están llenas de parásitos, de ronchas y quién sabe qué otras cosas fue un balde de agua fría que me negó toda emoción de disfrute de las siguientes horas. fue como entrar en un letargo salir de ahí. 

Además de que compré un collar hecho con animal muerto. Con la cresta de la baba, para ser más específico. Me dejé llevar por ayudar y no recordé mi lado cruelity free. Pero me alegra haber comprado utensilios para mi casa hechos de moriche, el árbol de la vida. Y saber que el Orinoco Delta Lodge también ayuda a las comunidades cercanas.

El Delta del Orinoco nos despide y el Orinoco Delta Lodge nos consiente

En el campamento durante estos días solo estuvimos A y yo. No pudo ser mejor. Hoy es nuestra última noche y nos llevaron a pasear en pleno anochecer. Vimos la inmensidad del cielo sin luz de luna con el motor de la lancha apagado y las estrellas arropando toda nuestra burbuja. No las podemos contar. 

Aunque no se parece en nada, pienso en la Noche estrellada de Van Gogh. Pienso que seguro ese paisaje es el que ha inspirado un montón de obras de arte. Un montón de canciones. Por vistas así Cristian Castro canta que está lloviendo estrellas, Chris Martin con Coldplay A sky full of stars, Zoé Arrullo de estrellas y Soda Stereo Crema de estrellas. O melodías más tristes pero igual de impresionantes como Estrellas de Andrés Suárez o El universo sobre mí de Amaral. 

Más adentrada la noche, desde nuestro palafito, vimos a la luna asomándose, casi a la media noche. Y, de nuevo, pensamos que por paisajes como estos es que Sinatra cantó Fly me to the moon (aunque se dice que fue cantada por primera vez por Felicia Sanders en cabarets) y existen tantas canciones sobre este satélite. 

Dibujo de la vista desde el Orinoco Delta Lodge en el Delta del Orinoco

Adiós, Delta

Nos despedimos nosotros del Delta con un paseo en canoa, en el que nuestro corazón acelerado, por lo fácil que era meserla, pesaba más que nosotros ahí dentro y era el que nos permitía mantener el equilibrio. Además del Señor Carlos, aka “Vigilante”, que fue el mejor guía y conductor durante todo nuestro viaje. Sí, los waraos ya tienen nombres en castellano en su mayoría.

Algunas posdatas…

animales vistos en el Delta del Orinoco

Tengo que agregar a la lista de animales: Aruco, Martin pescador, Gavilán. 

Palabras en warao que aprendimos (por sonido, no sé si se escriben así):

Janaira = río pequeño 

Yajeraja yarakoto= bienvenido

Yakera = es un saludo, tipo hola

Katamona = ¿cuánto es?

Gracias a la inspiración provocada por a noche estrellada descubrí un playlist en Spotify con canciones sobre el cielo y en especial las estrellas https://open.spotify.com/playlist/02sniMzJDtVTAwCKTjZs0w

Coordenadas del Delta del Orinoco

Para llegar aquí puedes hacerlo desde Monagas o Delta Amacuro (sí, sí existe) y agarrar una lancha que te lleve al campamento o al caño que visitarás.

Nosotros nos quedamos en Orinoco Delta Lodge y salimos desde Boca de Uracoa (a casi dos horas desde Maturín) y desde allí hasta el campamento son aproximadamente 50 minutos en lancha. 

Desde Caracas a Maturín son aproximadamente 10 horas, pero nosotros hicimos el viaje “escalonado” y tuvimos varios destinos antes de llegar a Maturín, dormimos allí una noche y luego partimos a Boca de Uracoa.

De todas formas, si tienes alguna duda con respecto a la información puedes escribirme sin problemas 🙂 

¿Te gustó esta historia? Puedes leer otras sobre lugares de Venezuela aquí