Nuestro segundo día en Mérida fue movido, entre varios otros destinos, visitamos Los Aleros.
“También la tentación es necesaria. A fin de cuentas nada es tan humano como sucumbir a una necesidad” ¿Hay vida en la tierra?, Juan Villoro.
Al oficializar la compra de tus entradas te entregan un mapa y tu respectivo pasaporte al pasado. Los Aleros es un pueblo en donde el tiempo se detuvo. Es un parque temático merideño que te muestra la convivencia de las comunidades andinas en 1930.
Nos dicen que son cinco minutos desde las taquillas hasta la parada en el parque. Cinco minutos de rustiqueo por el camino. “Buenos días, les habla el Señor Bolaño, hoy le informamos que…” comienza la radio a sonar.
El Señor Bolaño nos cuenta que en el pueblo ha habido gente presa por robar gallinas, apariciones, y en pro de seguirle la conversación, una de ellas nos da el primer susto de todo el viaje.
Todo está construido como de barro, madera, piedra y tejitas. En ese color naranja de aspecto anticuado. La primera parada es en “el único Banco donde a usted no lo despluman”. “Pasaporte en mano”, “pasaporte en mano”, grita una señora de unos cincuenta o sesenta años al inicio de la cola.
Hacemos la cola, que se mueve con rapidez. “Ojalá así fueran todas las colas en el país”, dice alguien a quien no logro reconocer. Entrego el pasaporte, la encargada sonríe a mi “gracias” y agarra el de la persona de atrás. Grabo el proceso de sellar el librito. Pasamos a ver lo que serían máquinas de escribir de la época y seguimos hasta un quiosco de bebidas y preparaciones del pueblo.
“Para la flema, para la gastritis, para la tos… “ Hay jarabes para todas las enfermedades que puedes imaginar. Nos acumulamos todos alrededor del carro de las rosas. Alguno que otro decide comprar. Entre ellos mi papá a ver si se me cura mi gripón. La próxima estación es la parada de los juegos tradicionales. Juegos de agilidad y azar.
No nos detenemos tanto tiempo ahí y continuamos. Ya se escuchan gritos y llantos a nuestro alrededor. Al parecer, las apariciones hacen un muy buen trabajo. Nos encontramos con la casa abandonada de una loca que nos cuenta sobre un tesoro y que al último se lo llevarán. “A la última en este caso”. Era yo, que en pro de tomar fotos y vídeos no me di cuenta que me iban a asustar.
Subimos los escalones de piedra con cuidado. No estamos acostumbrados a esto. Llegamos a una casa de piedra y madera. Abrimos la puerta que está casi despegada y entramos. Oscuridad. Gritos. Tropiezos.
“PERO SAAALGAAN”. “BUUUUUH”. “ NO VEMOSS LA SALIDAAA”. “AAAAH”. ALUMBRA CON EL TELÉFONOOO. “PROPINAAA “. “AAAHH”. “SAALGAAN”. “PROPINAAA BUAAHJA”. Nuestros gritos se confundían. Hasta el más valiente tuvo que haber gritado. Al salir de la casa, entre risas y corazones acelerados, recordamos el “PROPINAAAA” con voz tenebrosa. “Pero, ¿cómo le vamos a dar propina si no vemos nada y lo que queremos es salir”.
Recorremos más escalones de piedra. Volvemos a escuchar gritos y llantos. A los papás les encanta llevar a sus hijos a asustarse. Mis papás pasan por el primer puente de madera y yo voy detrás. “Tómame una foto aquí”. Todos nos miran desde más arriba de la montaña. Listo. Subimos más escalones de piedra.
Al llegar arriba, a un puente colgante, nos damos cuenta de que debajo del primero hay otra aparición. De nuevo, en pro de usar la cámara no me di cuenta de que me iban a asustar. Salvada dos veces. Seguimos subiendo y nos encontramos con la vista completa de todo el pueblo y un bar. Mis papás se toman una cerveza. Mi hermano una malta. Yo tomo fotos.
Los Aleros después del tour de los gritos y llantos
Los Aleros está ubicado a 25 kilómetros de la ciudad de Mérida, en Tabay. Como a unos 40 kilómetros de Apartaderos. No nos acordábamos que en Mérida todo quedaba relativamente lejos y que todo estaba tan lleno de turistas que nos tardaríamos horas en ir de un lugar al otro.
Al terminar el tour de los gritos y llantos, disfrutamos de una boda “más rara que un negro con pecas” entre un joven “más peligroso que un barbero con hipo” y una pueblerina que es “como la media, abre la boca para meter la pata”.
Después de muchos dichos venezolanos conocidos –y definitivamente- no tan conocidos. Nos fuimos a recorrer el pueblo. La oficina postal, la panadería, la barbería, el restaurant. Hasta vimos máquinas de imprentas del año y algunos periódicos y noticias de la época.
Llegamos a lo más alto. Hasta una placita y su catedral. Nos sentamos a disfrutar del viento frío y puro y volvimos a reanudar nuestro camino. Compramos unos raspao’s y decidimos que era hora de irnos para poder aprovechar el día.
Nuestra próxima aventura iba a ser La Montaña de Los Sueños, pero la sobrepoblación de Mérida ese seis de enero estaba a tope. Nos dimos vuelta hacia el Pico el Águila.