#MTBTViajero: La segunda ciudad más poblada de Canadá y metrópoli de la provincia de Quebec, Montreal.
¿Cómo fuimos a parar del cielo a este lugar en solo un segundo?
Solo un segundo – Bacilos
“Física, geográficamente, Montreal es una isla”, escribió Rafael Osio Cabrices en su crónica “Desde otro planeta”. “Montreal es la segunda ciudad de Canadá y la metrópoli de Quebec, una provincia con 1,5 veces el tamaño de Venezuela y casi ocho millones de habitantes, la mayoría hablantes exclusivos de francés”. Eso para el 2014, cuando Osio acababa de emigrar a Canadá y yo tenía un año de haber vuelto de mi curso de inglés que me llevó a Toronto y de ahí a Montreal. Con el éxodo venezolano, seguro en la actualidad hay muchos más habitantes.
Montreal, o bueno, Quebec, es lo más cerca que he estado, culturalmente, de Paris –o Francia- nunca -si ignoramos al niño de francovenezolano con el que salí alguna vez-. Aunque debo admitir que mis clases en la Alianza Francesa en Caracas y todas las actividades que promueven desde allí también te hacen sentir bastante cerca de la Ciudad de la luz (La Ville lumière) –o del amor-.
Mi visita a la ciudad (a Montreal) se resume a catedrales e iglesias. Fue lo más que vi, conocí y aprecié. Y no es que yo sea la más practicante del catolicismo o sea protestante, o sea muy dogmática con la religión. Es cuestión de infraestructura y arquitectura. E historia, por supuesto. Y también porque fueron los destinos de mi tour contratado. $350 por conocer Montreal, Quebec y Ottawa. Hoteles, transportes y desayunos incluidos. Capaz me hubiese salido mejor ir por mi cuenta, pero la Michelle de 2013 tuvo suficiente riesgo con llegar a Toronto sola. Partí un viernes por la noche después de tomar mi merienda canadiense predilecta: un ice cap y una dona de chocolate (que aunque no me encanta el topping era delicioso) en Tim Hortons de algún lugar de la ciudad que ahora no recuerdo.
Llegamos el sábado a la ciudad de Quebec y el domingo pisamos la segunda ciudad más poblada de Canadá, Montreal. Comenzamos visitando la famosa Notre-Dame de Montreal. El mar de turistas no dejó hacer una foto digna, pero al menos la selfie y alguna otra con pose incómoda fue lograda. Andando otro rato conseguimos la Basílica Cathédrale Marie-Reine-du-Monde, donde sí pudimos entrar y a la que sí pudimos capturar con más calma y soledad. De todas formas, lo que más me gustó de Montreal, fueron sus calles, su arquitectura e infraestructura tan europea, porque nunca antes había estado en una ciudad así. La verdad, Montreal es lo más cerca de Europa que he estado nunca en todo sentido.
El resto del día fue probar comida típica de Quebec como el poutine, un plato elaborado con papás fritas, queso blanco o cheddar (pero poco curado) y salsa de carne; entre otros menos populares o recordados. Terminamos rumbeando en cualquier lugar (yo era menor de edad en Toronto, pero con 18 ya podía hacerlo en Quebec) y devolviéndonos caminando hasta el Hotel, en la madrugada, con ese fríito canadiense de los primeros días de septiembre.