Cuando el orden es exagerado y la memoria falla, la pérdida falsa de mi volumen de Rayuela.
"Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramente soy yo, defenderé ser yo hasta que no pueda más" Rayuela, Julio Cortázar.
Perdí Rayuela.
PERDÍ RAYUELA. Perdí Rayuela. Lo presté y me lo devolvieron y lo perdí. Lo dejé en el carro y lo perdí. Se lo llevaron. No sé. Pero no lo tengo. Ya no tengo Rayuela. Y la mía era la edición especial del 50 aniversario. La que tenía las cartas que Cortázar intercambiaba con sus amiguitos. Perdí Rayuela y aunque el libro no significa para mí lo que para muchos, es un libro. Y era mío. Y debe estar caro. Si es que lo consigo. Perdí Rayuela.
Mi drama a causa de haber extraviado –en mi propio carro- un libro nunca había sido tan exagerado. Bueno, es que nunca me había pasado. Nunca antes había perdido un libro.
Arquímedes –mi bestie– se unió a mi despecho. Me animó diciendo que él siempre ve esa edición e iba a poder volver a comprarla en cualquier momento. Ese fue su “Él vuelve, amiga”. Algunos pensarán que no es necesario tener el libro en físico si ya te lo leíste, pero lo siento, yo soy así. Y me gusta tener los libros que he leído ahí donde los pueda ver.
Algo así como lo de Carrie con su dinero colgado en su closet. En mi caso, mi closet y mis libros están uno arriba del otro, así que es casi lo mismo.
Al percatarme de que perdí Rayuela empiezo a echar memoria y cuenta de lo que había ocurrido con el libro la última vez que lo vi. Se lo presté a una amiga. No lo leyó en dos meses. Yo de intensa se lo pedí de vuelta, porque ya se iban a terminar las clases y yo no iba a tener que ir a la Universidad tan seguido.
No quería estar detrás de ella y salvar nuestra amistad. Además, probablemente no lo iba a leer porque tenía muchas ocupaciones y se le aproximaban muchas más. No iba a tener tiempo para hacerlo.
Lo puse en el asiento trasero del carro para no tener que cargar con ese peso. Es que pesa como dos kilos el condenado libro. Y ya. Eso es todo lo que sé. Hasta ahí recuerdo haberlo visto.
Lo siguiente que hago es rememorar qué ocurrió con mi carro en los últimos días. Fueron las últimas semanas de clases, así que no subí todos los días a Caracas. Así que el carro estuvo parado en mi casa sin que nadie lo utilizara.
¿Será que lo dejé abierto y se lo llevaron? ¿Pero quién va a querer un libro? Aparte luego lo puse en la parte de atrás del asiento. En el saquito de los forros. Ahí nadie lo iba a ver.
De repente recuerdo que justo por esos días llevaron el carro de mi mamá a pintar. Ah, mi mamá se llevó el carro y lo mandó a lavar. Seguro en el autolavado lo sacaron y se les olvidó de dónde era. Es que mi mamá es muy confianzuda y siempre deja todas las cosas en el carro.
Encontré un culpable. Todo lo que necesitaba. No es como si me doliera menos la pérdida del libro, pero al menos tenía una explicación. Aunque mi mamá dijera que no había visto el libro en ningún momento y mi papá la apoyara.
Hace aproximadamente dos meses que perdí Rayuela. Las pesadillas y sueños al respecto han sido muy recurrentes. Sí, yo soy intensa. No obstante, ya lo había superado un poco y decidido comprar en cuanto lo viese de nuevo.
Hace dos semanas compré nuevos libros y decidí organizar mi biblioteca. Mis volúmenes están organizados por orden alfabético según el primer nombre del autor. Están justo al lado de mi cama de modo que si me siento en ella puedo leer los títulos.
Satisfecha con mis compras del día me recuesto de Querubín –el oso gigante que ocupa la mitad de mi cama- y lo veo ahí. Rayuela. Pero… ¿Cómo pasó esto? De verdad. El libro estaba ahí. Como si nunca lo hubiese sacado de su lugar. Como si nunca lo hubiese prestado. Como si nunca se hubiese ido.
Mi única respuesta es que mi organización está tan automatizada que devolví el libro a su lugar sin ni siquiera ser consciente de ello. Y bueno, mi memoria no lo registró. O que estoy loca. Pero la primera me gusta más.