Estuvimos en Puerto Ordaz en apoyo a nuestro Querubín.
El Orinoco es una materialización del tiempo en las tres categorías agustinianas, tiempo pasado (el tiempo del recuerdo), tiempo presente (tiempo de la intuición) y tiempo futuro (tiempo de la espera). Alejo Carpentier
Héctor Torres en su libro Objetos no declarados tiene una reflexión con respecto a las familias venezolanas. Calor familiar, le llama. En dicho texto nos compara con una película de Emir Kusturica.
Dice, exactamente: “porque si hay un rasgo ‘kusturicamente’ nuestro es ese afán de reunir, literalmente, a toda la familia para cuanto evento social tengamos, no importa lo pequeño, intrascendente, rutinario o breve que sea”.
Y sí, así es mi familia. Así he sido criada. De pequeña no lo valoraba mucho o no tenía tan presente lo unida e incondicional que es mi familia. Ahora me doy cuenta de que a pesar de ser bastante independiente –y medio desprendida e indiferente-, no hay nada como apoyarnos y estar juntos.
Eso fue lo que nos llevó a Puerto Ordaz la semana del tres de julio. Un primo muy querido –de hecho, lo apodamos Querubín- fue seleccionado para jugar con el equipo sub12 del Ccs FutSal Club en un campeonato llevado a cabo por un complejo deportivo de Mineros de Guayana.
Primer día en Puerto Ordaz
La primera vez que estuve en Puerto Ordaz fue de regreso del Salto Ángel. Era el 2013 y se hablaba mucho de la inseguridad de la ciudad. Aun así, par de horas nos bastaron para conocer el Parque La Llovizna y el Centro Comercial Orinokia.
De esta parte de Venezuela me sorprendió su arquitectura y calor. No me esperaba que estuviese tan civilizada y tampoco que con tantos Saltos y Cascadas cerca, la brisa sea casi inexistente o ni se sienta gracias al sol demente que hace.
Nos tomó casi 12 horas llegar. Como buen viaje familiar todos íbamos a ir en Caravana y a esto se le unió el autobús en el que iban los más de 30 niños y sus entrenadores. Además, a poco más de la mitad del camino se dañó un caucho de su transporte y tuvimos que detenernos a apoyar con el cambio llanta.
Afortunadamente, los encargados del vehículo lo resolvieron ‘más rápido que inmediatamente’ y pudimos retomar nuestro camino. Llegamos pasadas las siete de la noche, directo a la Posada a descansar. Al día siguiente comenzaba la Copa.
Posada Las Morocotas
Es bastante difícil que una hamburguesa quede mal. Uno de los problemas podría ser que estuviese seca y la solución es bastante simple: se le echa salsa. No fue el caso con nuestra primera cena en Puerto Ordaz.
Nos quedamos en la Posada Las Morocotas de la cual no tenemos quejas a excepción de unos detallitos para sumarle extra comodidad. Es decir, el estacionamiento es un poco incómodo y deberían tener aunque sea dos metros cuadrados de piscina para contrarrestar las super altas temperaturas que tiene la ciudad –además de atraer más huéspedes-.
Sin embargo, si nos tuviésemos que quejar de algo, sería del servicio tan escueto que nos brindaron ese primer día en el Restaurant de la Posada. Al principio todo pareció ir bien. El mismo chef nos ofreció hamburguesas y pasta. Tomamos la primera opción porque “es bastante difícil que una hamburguesa quede mal”.
Pues si las posibilidades son de una en un millón, fuimos ese uno. La comida tardó casi una hora en llegar y nos tocó ver cómo llevaban ensaladas a dos mesas que se encontraban ocupadas. Aun cuando habíamos llegado primero.
En el momento en el que llegó nuestro pedido, ya su aspecto nos predispuso a su sabor. No se veía mal, pero tampoco era una hamburguesa “de foto”. Lo mismo pasaba con su sabor. Estaba seca –ni con salsa mejoró- y no tenía nada de lo que nos habían prometido. Es decir, cero queso, cero tocinetica, nada.
La carne estaba buena, punto para ellos. No obstante, fue casi lo único que resultó bien. Un tío pidió queso parmesano para su pasta y éste nunca llegó. Un mesero avisó que “ya venía” con la petición, pero reapareció minutos después sin ella.
No esperé la cuenta porque estaba muy cansada, quería cargar mi celular y dormir. Pero mi papá comentó que el chef, quién nos había hablado al principio y recomendado nuestro pedido, no salió a preguntar qué tal había estado la comida “le dio pena”, concluimos.
No sabemos si todos los días o con todo el mundo el servicio fue así. En lo que respecta a nosotros, fue la primera y la última comida que hicimos ahí.
Mineros Cup
El Ccs FutSal Club quedó entre los 8 mejores en las dos categorías que llevaron (sub10 y sub12). Evidentemente, Mineros fue campeón en dos categorías. Muchos equipos se quejaron del arbitraje, de la mala atención y trato por parte de los ciudadanos de Puerto Ordaz.
Personalmente, sólo apoyo la queja sobre los árbitros. A veces resultaba un poco molesto su parcialidad. También siento que debieron poner al menos dos o tres para tener otras opiniones sobre jugadas dudosas. Uno solo por cada juego no fue una buena idea.
Aun así, nos divertimos, llevamos sol como nunca lo habíamos permitido –ni en la playa- y pasamos calor “parejo”. Pero fue una linda experiencia haber compartido ese momento en la vida de Querubín, nuestra promesa del fútbol. “El que va a sacar a la familia de abajo” y eso.
Nuestra actividad “extracurricular” o “extra-objetivo-del-viaje” fue visitar el estadio Cachamay para ver un juego amistoso entre Mineros de Guayana y un equipo local. También lo fue pasearnos por el Caroní y ver su encuentro con el Orinoco.
Río Caroní y Río Orinoco
También en el 2013 conocí el río Orinoco. El tercer río más caudaloso del mundo, cuyo 65% está en tierras venezolanas. El día que decidimos turistear un poco tomamos un catamarán que nos llevó de paseo por el río Caroní, los Saltos cercanos al Hotel Venetur y su encuentro con el Río Orinoco.
Mi pensamiento en el paseo fue cliché “quiero vivirte así: libre”, pero ¿cómo no? Si se está en el principal afluente del río Orinoco en cuanto a caudal se refiere y segundo río más importante de Venezuela.
Y está el cielo que nunca termina y el agua tan atemorizante y tranquila al mismo tiempo. Tenemos tantos “paraísos terrenales” que se hace difícil la simple idea de renunciar a ello.
Conocimos el punto donde el Orinoco y el Caroní se encuentran, la ciencia dice que es por los minerales de cada uno de ellos, la tradición dice que fueron dos indios de distintas tribus que nunca pudieron estar juntos y esta fue su manera de hacerlo.