Vanessa Boulton, artista y directora creativa de la marca bajo el mismo nombre

“La creatividad nunca ha sido sensata. ¿Por qué habría de serlo? ¿Por qué tú deberías ser sensato?
A lo largo del tiempo, lo que un artista necesita es entusiasmo, no disciplina.”  
Julia Cameron

De jean, franela blanca y zapatos deportivos llega a su oficina: una habitación rectangular de paredes blancas, de cinco por seis o siete metros cuadrados y con un reguero por doquier. No se ve mal. No es un espacio desordenado que desagrade. Es, en realidad, lo opuesto: todas las herramientas emanan una vibra artística que te conquista apenas tomas asiento y observas todo. Hay una ventana llena de postales de momentos especiales y muchas imágenes de inspiración, dos computadoras de escritorio, cuadros, muebles, hojas, marcadores, todo lo que sirva para pintar y todo tipo de material que describa a una artista, pero lo más importante: es un espacio muy colorido y la presentación perfecta a su persona.

Vanessa Boulton es esa mujer que nació para ser la menor de dos hermanos que le llevan ocho y diez años. Fue la consentida, la que hacía lo que le daba la gana. Su niñez la dedicó a jugar, dibujar, colorear y hacer muñequitos de plastilina. Así fue como se empezó a desarrollar su ojo y vocación.

La llegada del internet aproximadamente a sus doce años, fue todo un descubrimiento. Le permitió saber que del otro lado del mundo existían cosas. Podía comparar los dibujos que ella hacía y los libros que había en su casa con todo un universo de cosas por explorar.  Terminó el colegio y en su búsqueda de un lugar dónde estudiar en el extranjero descubrió el Savannah College of Art & Design (SCAD) y emprendió ahí oficialmente su carrera como artista.

Uno de los últimos proyectos que le pidieron hacer antes de graduarse fue realizar un logo y tras esa actividad, sin ser ese su fin principal, nace lo que fue la imagen de Vanessa Boulton por ocho años: un pajarito. Era la perfecta descripción de lo que la diseñadora quería hacer: algo sintetizado, lo suficientemente colorido como para llamar la atención, pero no demasiado. Ni demasiado simple, ni demasiado intenso.

Vanessa es esa que creó una marca como un mientras tanto, como una actividad donde compartir con su mamá, un hobby, algo para enseñarle a sus amigas y vender por ahí. Su madre y ella armaban las piezas a mano y bordaban las ilustraciones, y así fueron materializando los primeros bolsitos de Vanessa Boulton. Ninguna de las dos tenía ni idea de que ese pequeño pasatiempo que en primera instancia era para disfrutar el tiempo juntas, ese “mientras tanto” se les convertiría en la vida. “Y es que cuando haces algo con cariño pasa el tiempo y no te das cuenta, y más si lo estás disfrutando…”.

Y aunque ya su mamá no está tan directamente involucrada en la marca, por estar establecida en el extranjero, se sigue encargando de detalles como las redes sociales y la atención al cliente. Lo bonito del equipo de trabajo de Vanessa es que no solo su madre forma parte, sino que es un negocio intrínsecamente familiar: también laboran allí su esposo y una tía. Él se ocupa de la logística, organización y administración; ella es la gerente de operaciones y ventas. Por supuesto, Vanessa es la parte creativa de todo, la que deja volar su imaginación.

Todo funciona en armonía porque cada quien tiene su espacio. Hay límites en sus áreas laborales y ninguno se pisa los talones. Lo que no significa que no se“agarren a puños” algunas veces  -en sentido figurado- y que no compartan lo sano de discutir las ideas. Y más aún cuando Vanessa es fanática de las combinaciones más experimentales en las colecciones y la que siempre apadrina a la que no pega mucho con las demás carteras. No obstante, como ama contradecirse, ha aprendido a bajarle y ser un poco más pop sin dejarse llevar solo por la idea de satisfacer al mercado, porque su idea principal es decir algo, expresarse… está en constante aprendizaje de ese balance.

Ninguna de las dos tenía ni idea de que ese pequeño pasatiempo que en primera instancia era para disfrutar el tiempo juntas, ese “mientras tanto” se les convertiría en la vida.

Vanessa es esa mujer que tomó como sus carteras favoritas las bandoleras, esas que son largas y pequeñas, esas donde le quepa su portamonedas de la colección 2010 “que ya da pena”, cuadernitos para dibujar, billetes desordenados, bolígrafos, colitas de cabello y alguna cosa random que probablemente alguna de sus hijas haya metido ahí. En general, la cartera de Vanessa Boulton es desorden. Un desorden que va botando cosas que terminan en lo que ella llama “el cementerio”: un espacio de su escritorio donde se encuentra cualquier tipo de objeto que haya estado dentro de su cartera por un tiempo y ya finalizó su período de vida allí, como por ejemplo una pintura de uñas escarchada.

Su pasión por el color viene, en primer lugar, porque para ella desde que nacemos y abrimos los ojos vemos las trinitarias, los mangos, los araguaneyes, todo es muy colorido y se hace parte de nuestro día a día. Luego, cuando lo estudió académicamente le pareció muy interesante cómo interactúan los diferentes tonos. Un color se ve muy distinto según la superficie dónde esté y conforme a su combinación. Le parece un lenguaje universal, algo que se entiende y se digiere muy fácilmente. Es su manera de hablar pop. Sin irse con tantas intensidades, es su manera de expresarse,  que la gente lo digiera y lo pueda adaptar a su propio estilo de vestir, porque al final lo que está diseñando son piezas utilitarias. En particular, llama a lo que hace “arte utilitario” porque para ella cualquier cosa que inventes desde cero y no se parezca a nada es arte y cualquier cosa que se vaya a usar es utilitaria.

A lo largo de todos estos años, hay cosas que la artista ha mantenido y muchas que han cambiado. Pero sobretodo se mantiene fiel a no atarse demasiado y eso lo lleva a los valores de la marca. Todo el equipo va siempre por ahí con “los ojos pelados” dedicados a buscar qué oportunidades se dan y buscando qué otra idea se les ocurre para incorporar a su proyecto. De esta manera han conseguido que Vanessa Boulton haya pasado por etapas que formen parte de la experiencia que es tener una marca en Venezuela. Comenzaron haciendo bolsitos de tela bordados, luego los estamparon, al tiempo se fueron a producir a China y entre tanta “situación país”, terminaron produciendo todo en Venezuela.

Vanessa es esa que repite constantemente que ama contradecirse. Esa que tiene como filosofía la adaptación al cambio, en un dicho más coloquial: si la bola que viene es alta, maravilloso, se adapta; si viene baja, una bola de crisis, también se adapta. Tiene clara su esencia y busca pivotar los obstáculos para seguir avanzando. Porque sabe que la vida, el trabajo, el ser “grande” es difícil, pero se le agarra el gusto.  Porque para ella la vida de adulto  también es divertida, puedes hacer lo que te da la gana y nadie está detrás de ti. Si metes todas las patas nadie te puede decir “te lo dije”, porque eres el dueño de tus propias patas y eso para ella es divino.

A pesar de todo esto, también sabe que a veces hay que darse un break de esas responsabilidades de adulto. Si las niñas salen del colegio a las 12 del mediodía y luego tienen ballet, pero se les hace tarde, bueno, no importa si faltaron al ballet. Si de repente es miércoles y decide llegar un poco tarde a la oficina por irse a almorzar con amigos, ¿qué importa? A veces hace falta.  Su punto de honor es romper de vez en cuando la rutina porque si no se volvería loca y se le escurriría la creatividad. Y ella no quiere volverse “un bicho verde”, un robot.

Si no existiese Vanessa Boulton como marca, ella se hubiese dedicado a hacer libros para niños. Todavía es una idea que no descarta porque le encanta acordarse de la curiosidad que le generaba el saber qué iba a pasar en los cuentos que leía de chiquita.  Y aun cuando se sabía el final, le fascinaba ver los dibujos y mientras más detalles tuviese la historia, más le encantaba. Le parece mágico cómo se puede leer un cuento que en una versión está ilustrada por algún artista en Inglaterra en 1942 y en otra pueden ser dibujos de la época victoriana en 1800, y aunque sea el mismo cuento, la historia se convierte en dos cosas distintas gracias a las ilustraciones. Eso le parece algo súper poderoso y ella sueña con poder hacerlo. No se imagina en nada que no requiera de la creatividad, hasta la cerámica es una opción, nada de ingenierías, nada de números, no se le da.

Y en esa misma sintonía siente que están sus hijas. Ella considera que no tienen mucha opción por cómo se están desarrollando. Piensa que se irán por la nota artística o, por lo menos, creativa, porque hay muchísimos tipos de creatividad, hasta creatividad científica, dice. Pero si ellas no quisiesen dedicarse al arte, y se quieren meter a ingenieras, también las apoyaría, porque ya no estamos en su época donde la presión solía estar en los hombres. Ahora, ella encantada con el empoderamiento que tienen las mujeres en la actualidad, le dice a sus hijas que hagan lo que les dé la gana, porque sabe que serán talentosas y unas reinas en lo que hagan.

Si no existiese Vanessa Boulton como marca, ella se hubiese dedicado a hacer libros para niños.

Vanessa es esa mujer a la que le gusta estar sola, no importa lo difícil que pueda ser eso con un esposo, dos niñas y un perro, a veces necesita tiempo para darse ese gusto. Es esa que se la pasa “jorungando” carteras ajenas y preguntándole a las personas si les gusta una cosa u otra de la pieza. Si usan todos los compartimientos, si les gusta el color del  interior, el material, todo. Es parte de su trabajo y su instinto creativo que siempre está despierto.

Es esa que siente que la música tiene un poder inexplicable, algo que va más allá de cualquier cosa que se pueda decir. Un poder que le dice que hay objetos afuera que no puede descifrar y que hace que se dé cuenta de cosas y empiece la búsqueda de algo. Es esa que piensa que mientras más lo cambies, más aprendes y que uno no se puede quedar tan pegado en un solo género musical. Y menos aún con la suerte que se tiene ahorita con el internet. Es esa que valora el hecho de ya no tener que invertir en un disco para disfrutarlo, porque ahorita puede escuchar cualquier cosa y luego no verla más nunca si así lo quiere.

Es esa a la que le encantaría hablar de música en una entrevista. Esa que escucha mucho Jazz cuando está trabajando y necesita ponerse en neutro, pero también es esa que declara como “su” música la alternativa indie, le gusta mucho Mac DeMarco. Además, es esa que se va por los clásicos Pink Floyd, The Doors, todo lo de los sesentas y setentas, porque ama contradecirse. Esa a la que le encanta toda la nota trippy, groovie y lo psicodélico. Y aunque sus gustos sean poco caribeños, también disfruta mucho de El Guincho, que a pesar de ser español, su melodía le resulta súper caribeña.  No obstante, termina siendo esa que siempre vuelve al jazz, aunque a su esposo no le guste tanto –suele ponerlo cuando él se va-.

Es esa que entiende que instruirse sobre música es más importante de lo que uno piensa. Esa que recomienda más que escuchar, aprender sobre el trasfondo, porque sabe que es así como uno  puede comprender el hecho de que, de repente, The Beatles influenció a un artista, y que este artista después hizo un performance que inspiró a un pintor, y que este pintor terminó haciendo una obra que, 20 años después, hizo que Prada realizase una colección basándose en ellos. Es esa que valora la rica historia de cómo se unen el arte de la música, el diseño y la moda.

Vanessa Boulton es esa que, al ritmo de sing sang sung, espera del futuro seguir manteniendo su esencia, desea más equipo de trabajo, más personas interesadas en hacer que la marca sea grande. Es esa que va echando broma y no tomándose las cosas tan en serio. Esa que espera que sus hijas sean mujeres fuertes que no se dejen pisar y esa que quiere darles la oportunidad de saciar su curiosidad por conocer el mundo, porque confía en que como ella, “serán talentosas y unas reinas en lo que hagan”.

“Y es que cuando haces algo con cariño, pasa el tiempo y no te das cuenta, y más si lo estás disfrutando…”

Un territorio, una cosa:

Italia: Sabor

Inglaterra: Estilo

Rusia: Frío

Francia: Mantequilla

Alemania: Rigor

Norteamérica: Consumismo

Latinoamérica: ¡Lo nuestro!

Entre gustos y colores:

Un lugar: Un jardín

Un libro: El amor en los tiempos de cólera – Gabriel García Marquéz

Una película: Empire Records – Allan Moyle

Una época: los 70’s

Un álbum: 2 de Marc DeMarco

Una canción: Sing sang sung – Air

FOTOS POR: MARVIN VARGAS