Nuestro tercer día por Mérida estuvo lleno de varias experiencias enriquecedoras, entre ellas, visitar el poblado de Bailadores, capital del municipio Rivas Dávila
"También la tentación es necesaria. A fin de cuentas nada es tan humano como sucumbir a una debilidad" ¿Hay vida en la tierra?, Juan Villoro.
“La vuelta es así: lo que a le quede a él yo te lo hecho a ti y tú me das para la cena”.
Todo sistema está propenso a métodos de corrupción. Eso no es ningún secreto. Venezuela es uno de los países con el índice más alto en corrupción del mundo y el primero en Latinoamérica, según la Organización de Transparencia Internacional.
Desde hace par de años en las ciudades cercanas a la frontera con Colombia se utiliza una metodología de chip para poder echar combustible. No en todas las bombas, pero sí en gran porcentaje de éstas.
Nuestro casi-último día en Mérida estuvo lleno de tres destinos otra vez. Primero, visitamos el Centro Comercial Rodeo Plaza y conocí a Giselle, fashion blogger merideña; terminamos el día en La Montaña de Los Sueños y antes de eso paseamos por el pueblito de Bailadores.
La aventura comenzó justo después de despedirnos de Gi de Rack my world. Tomamos la carretera Trasandina para dirigirnos a uno de los poblados agrícolas y turísticos más grandes del estado Mérida. El paseo en sí mismo es enriquecedor. La vida agrícola está bastante presente y el clima sube un poco su temperatura.
Bailadores
En Bailadores hay mucha historia y tradición. Tanto religiosa como criolla. Muchos de los personajes de la historia venezolana estuvieron ahí. Los primeros conquistadores, los Comuneros, La Campaña Admirable y la Revolución Restauradora.
El pueblo está ubicado en el Valle del Mocotíes y es la capital del municipio Rivas Dávila. Es la puerta de entrada al estado Mérida por el occidente del país. Pero no sólo por esto es una de las paradas turísticas más famosas de una estadía en los Andes venzolanos, también lo es porque está dotada de grandes bellezas naturales.
Entre los destinos más buscados están algunas lagunas de la aldea Mariño, que se encuentran a más de 3mil metros de altura, La laguna Negra, la aldea Las Tapias, Las Playitas y al que nosotros nos dirigíamos: el Parque Recreacional La Cascada India Carú.
De nuevo, tardamos par de horas en llegar. De nuevo, había niños gritando alguna cosa que dejó de tener sentido. “¿Qué quieren estos ahora, el día del maestro?”, dijo mi papá en una de las ocasiones.
Parque Recreacional La Cascada India Carú
Al llegar al poblado hay un enorme arco de piedra y tejas que reza “Bailadores”, pero tienes que rodar algunos minutos más para llegar hasta el parque. La historia de la hermosa Cascada que da nombre al parque cuenta que el agua nace de las lágrimas de la Princesa Carú.
Al parecer, hace varios siglos, ésta iba a contraer matrimonio con el hijo del Cacique de los Mocotíes. Antes de la ceremonia hubo una invasión extranjera donde murió el novio. La hija del Cacique Toquisay, jefe de los indígenas de Bailadores, siguió la creencia de que arriba en las montañas vivía el Dios de la vida y de la muerte. Llevó a su amado cuesta arriba mientras lo bañaba en lágrimas.
Al tercer día murió por falta de fuerzas, el Dios de la montaña se conmovió, recogió y regó las lágrimas en función de que volvieran con los suyos y éstos supieran del gran amor de ambos indígenas. Así nace la cascada de Bailadores.
No nos detuvimos demasiado tiempo, pues queríamos visitar también La Montaña de Los Sueños ese día, así que apenas tomamos algunas fotos y caminamos por el parque. No obstante, eso bastó para respirar aire puro, lleno de historias, creencias y mitos.
La odisea de echar gasolina
De regreso, mi papá se fijó que quedaba poca gasolina. Un cuarto de tanque. En la primera bomba que nos paramos de regreso, en Tovar, nos enseñaron como era “la vuelta”. Los encargados de distribuir el combustible cobran aparte lo que le queda a las personas que sí disponen del chip.
Un tipo gordo, quizá de piel blanca medio bronceada –detrás de la suciedad- y con una chemise al mejor estilo de Winnie Pooh, nos dijo: “La vuelta es así: lo que a le quede a él yo te lo hecho a ti y tú me das para la cena”. La falta de un usted, más el tono imperativo, bastó para que mi papá siguiera su camino sin decir gracias.
Rodamos algunos kilómetros más y conseguimos otra bomba. En esta, un casi clon del primer hombre era el encargado del dispensador que estaba libre. El “bombero” hablaba por teléfono mientras nosotros nos preguntábamos si ahí también sería con chip. Esperamos unos minutos y al darnos cuenta de que su conversación no iba a terminar pronto, mi papá volvió a seguir su camino.
Seguimos andando un poco más. Mi mamá empezaba a ponerse nerviosa y, como en todos los casos en los que presientes que va a ocurrir algo malo –o ya ocurrió- comenzaron los “Y si…”. O la búsqueda de culpables. “Yo te dije que echaras gasolina al salir del Centro Comercial”. Comentario aislado. Paciencia. Silencio.
En la tercera bomba, que estaba un poco más vacía, nos atendió un flaco con chemise negra –en verdad gris de lo desgastada-.
_¿Aquí es con chip? -preguntó papá.
_Sí, amigo”-respondió el flaco en el tono más amable que le habíamos escuchado a cualquiera de los “bomberos” con quienes nos topamos.
_¿Y cómo hago, mi pana? Me queda poquita y estoy de turista…” -comentó mi papá neutralmente.
Aunque yo, que lo conozco, sé que en su interior se manifestaba una recordada a la mamá de Maduro y los otros dos encargados ineficientes, como si éstos últimos tuvieran la culpa de la ineficiencia del primero –y de la que lo rodea-.
_Esa te la cuadro, espera un momento, pana –nos contestó el flaco amable. Y acto siguiente dio instrucciones a mi papá para que echara hacia atrás y se estacionara un momento a esperar.
La movida funcionó así: llegó un auto a echar gasolina, el encargado le comunicó la situación y, apenas se llenó su tanque, se movió rápidamente para que mi papá ocupara su lugar. Lo hicimos dos veces. A la segunda consideramos que teníamos suficiente para llegar a otra bomba donde no fuese necesario el chip, no obstante, el flaco amable nos dijo que podíamos quedarnos a esperar un carro más.
Así hicimos y al finalizar mi papá dio cinco billetes de cien al flaco amable. No lo había pedido, pero nos había hecho un favor. “No todos los héroes usan capas”. Extraña –pero no sorprendente- manera de recompensar la corrupción y formar parte de ella.
La Montaña de los sueños
No necesitamos echar gasolina de nuevo, pero aprendimos la lección. A continuación volvimos a comprar un pasaporte al pasado. Esta vez a la Venezuela del espectáculo. El cine, la televisión y medios de comunicación.
La Montaña de los Sueños es un parque temático con diferentes atracciones que te llevan a ser una estrella del siglo pasado. Además de mostrarte cómo eran los estudios de cine y televisión de la época. Después del recorrido, puedes terminar en el Café de las Estrellas y cantar Mi limón, mi limonero, mientras aprendes a Bailar la bamba…
Ese fue el final de nuestro viaje oficialmente. El último lugar turístico que visitamos. Ya les había comentado que Mérida nos llenó de contrastes. Por cada lugar hermoso y divertido que nos regalaba también nos daba una experiencia de realidades del país que, aunque conocíamos, no habíamos presenciado.