Morrocoy y mi viaje interno. Un viaje escrito a destiempo. Dos veces.

Los números gemelos tienen el don de volverse irregulares: 8.8, el miedo se asoma en el espejo
Un modo de dormir - Juan Villoro en 8.8: El miedo en el espejo (una crónica del terremoto de Chile)

La última vez que estuve en Morrocoy aún estaba en una relación. Fue, quizás, un viaje decisivo por muchas cosas. El momento en el que la introspección hizo de las suyas y me dio la razón a eso que me había mencionado varias veces. Estuve segura unos días después y entendí que mi vuelta a morrocoy fue un viaje interno más que físico.

De la vuelta en septiembre 2019

Dicen que el camino que te da la bienvenida a Tucacas es el camino de la felicidad. Pocos venezolanos –y hasta extranjeros- no lo reconocerían. Hay opiniones populares que no merecen opiniones impopulares. Hay clichés es en los que es inevitable caer. Hay casos en los que está bien pertenecer a la masa. Hay falacias ad populum que no tienen refutación. El camino de las palmeras en la entrada de Morrocoy es todo eso. Y más. No solo es felicidad, es la llegada al paraíso.

Ahora he agarrado la mañana de escribir a casi un mes después de haber ido a los lugares. Son otras prioridades, me digo para excusarme. Pero también me apoyo en Cortázar y en su “escribir. Pero tal vez no directamente: los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra. Como si su sentido, e incluso su forma, debieran recorrer un largo camino interior antes de encontrar su cohesión.” Y la verdad, ahora más que nunca entiendo la frase. Ahora que me detengo a analizar cómo he vivido lo último que he contado o quiero contar.

Nunca antes había estado ocho horas seguidas en el agua. Nunca antes había estado en el bajo Tucupido. Volví a Morrocoy desde otra perspectiva y recordé mi niñez, como me pasa con todos los lugares a los que vuelvo después de muchos años. La Venezuela de mi niñez que, aunque no está muy alejada de la actual, es como ese niño de quince que se cree mayor y mira a los que están entrando en la adolescencia con recelo, como si lo que lo que los separara no fuese una nimiedad. Como si el no viniese de ahí.

Morrocoy fue las únicas “vacaciones” que tuve durante el 2019. Y “Me sabe mal” no haberme dado más días de mar y cielo azul por mi cuenta, pero son pequeñas lecciones para el nuevo año y la vida nueva. Por primera vez en un viaje, no llevé mi cuaderno ni libro de turno. Fue un viaje excepcional en todo sentido.

Del retorno en marzo 2020

Ahora mismo estoy en Morrocoy. Falté a Lidera. A diferencia de la vez pasada, esta vez sí traje mi cuaderno y un libro. Aunque me da pena escribir, lo estoy haciendo fuera de la habitación que comparto con tres amigas. Creo que pararé pronto precisamente por lo último. He pensado mucho en mucho. Pero de otra manera. Estoy en el paraíso y pienso en eso que pensaba cuando era más niña. Pero ya volví. Debo recordar estar presente. Aquí. Ahora.

La casa tiene palmeras. Por todos lados. “Si lo escribo no tengo que hablarlo”, pienso para mí misma con respecto a ciertos temas que me generan ansiedad, aunque esté en el paraíso. “Estar soltera es el momento perfecto para estar confundida” es uno de esos pensamientos. Escucho pájaros vueltos locos. Hablo con M. Aunque ahora mismo ha dejado de responder. Tengo 8.8: el miedo en el espejo frente a mí. Ese libro de Juan Villoro que no me termino de leer. Y sigo sin hacerlo porque decido escribir en lugar de leer. D lee a lo lejos. Estudia, para usar el término exacto. La brisa mueve suavemente algunas palmeras y los arbustos cercanos. Todo lo demás es silencio. A excepción del ruido de los aires acondicionados.

Azul y ladrillo. Esos son los colores de la casa. Hay algunos faroles que ahora, de día, no sé si de noche sirven. Porque no recuerdo mucha luz, pero tampoco oscuridad. Me gusta este papel de este cuaderno, por cierto. En el comedor hay una mesa gigante. Más allá un jacuzzi vacío. Dos tumbonas amarillas se ubican alrededor de él. Ayer apareció una culebra. No recuerdo el nombre, pero era venenosa y peligrosa según uno de los que cuida la casa para 14 personas que ahora solo ocupan ocho.

Vuelvo a sentarme a escribir, ahora un poco más hacía el medio día. Apelar a la memoria de lo que fue hace unos meses lo que se mira por primera vez. Viajar solo es más fácil para el yo melancólico que decide sentarse a escribir. La gente lo hace difícil.

Se ha ido la luz, ¿qué pasó con la planta? Nadie se dio cuenta hasta unos minutos después. Yo he salido a escribir justo por eso. Quería organizar mis cosas y me había quedado en la oscuridad. La música se apagó, pero fácilmente pudo haber sido la del wifi. Por eso nadie notó la ausencia de electricidad.

La brisa está más fuerte ahora…