Reflexiones sobre un paraíso que los guaireños tenemos cerca: Playa Larga en Todasana.

"Pasan los años, pero es sólo una impresión. 
Los momentos más sencillos se quedan grabados en nosotros para siempre". 
El pequeño ladrón de sombras, Marc Levy.

Uno siempre vuelve a los lugares en donde fue feliz. Quizás entonces no lo sabías. Pero en algún punto te das cuenta. Y lo recuerdas con cariño. Con melancolía de la buena. De esa que, en lugar de hacer un hueco, reconforta.

Siento un profundo cariño por esos dichos, frases famosas o de sabiduría popular que apuntan a adoptar un lugar para anclarte y generar buenos recuerdos. Que si el buen hijo siempre vuelve a casa, que si lo que es del cura pa’ la iglesia o como esa famosa canción de Mercedes Sosa “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”. Y eso es Todasana para mí. Un viejo lugar donde fui feliz. Donde amé –y quizás, como toda adolescente sufrida, también odié un poco- la vida.

Sobre Todasana

Todasana es un pueblito guaireño que queda a aproximadamente hora y media de Maiquetía hacia el este. Quizás hasta dos. Todo depende de las paradas que hagas antes de llegar. Pertenece a los siete poblados que conforman la parroquia Caruao y en temporada, es destino fijo para los guaireños que no salen de la ciudad.

Hace algún tiempo, mi familia y yo acudíamos a él con frecuencia, y al menos una vez al año nos hospedábamos en la Posada Mi Refugio para pasar unos días de desconexión total, pues la señal de datos celulares hacia esta zona del estado es muy baja. Siempre estábamos ahí, sin señal ni contacto con el mundo exterior más allá de los vecinos de las otras cabañas. Huéspedes a veces inexistentes.

A pocos metros de nosotros, ya que la posada queda a unos cinco minutos del centro del pueblo, había rumba –sexo y descontrol-. Es contradictorio decirlo, y quizás es un contraste muy fuerte, pero a donde nosotros íbamos por paz y tranquilidad, otros iban por tener la mejor fiesta del Carnaval. O hasta la Semana Santa.

Para mí, adolescente cualquiera, había una confusión enorme de personalidad. Por un lado, sabía que muchos de mis amigos y conocidos estaban ahí. Cerca de mí. Bailando y tomando. Yo, de alguna manera, deseaba estar con ellos. Por otro lado, estaba la tranquilidad, la compañía de los grillos y el susurro de los arboles con el viento. Eso era demasiado tentador para la lectora empedernida.

A todo esto se le sumaba que siempre fui muy sobreprotegida. No importaba lo cerca que estaba la posada, ir a las rumbas en el pueblo no era una opción que le gustara a mis papás. Y, para más argumento, no había primo o hermano mayor que acompañara a la princesa. La princesa es la mayor entre los primos contemporáneos de la familia paterna. Ahora que todos cruzamos los veinte no se nota, pero hacia los quince años, todos esos niños que ahora son más altos que yo, eran unos minions.

Sobre Playa Larga

De manera que lo que hoy casi todos mis amigos recuerdan de Todasana, no es lo que yo recuerdo. Hoy que después de par de años vuelvo al pueblo, siento nostalgia de la adolescencia y me reconforta saber que mis viajes siempre satisficieron a la lectora empedernida y muy poco a la fiestera.

La playa era otro tema por la misma línea. La más famosa, Playa Larga, era encuentro de muchachos con automóviles 4×4, de –prácticamente- competencias de soundcars y más rumba y descontrol. Para mí, era el lugar en donde leer con el sonido del mar como soundtrack. Donde compartir con mis primos y mi familia. Y donde tomar fotos lindas, por supuesto.

Sin embargo, durante la adolescencia tuve los ojos tan pegados a los libros, que nunca me di cuenta de lo grande, bonita e impresionante que es Playa Larga. Hoy lo hago y lo valoro. Y aunque el oleaje es demasiado fuerte como para bañarte con tranquilidad, acercarte a la orilla y tener contacto con el agua fría es una sensación muy agradable.

También pasa que hoy disfruto más del mar que durante mi adolescencia. Quizás por ello me he dado cuenta de lo feliz que fui en las arenas suaves de Playa Larga.