Todo sobre mi carrera de Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela. Segunda parte: la entrega del título. 

They say home is where the heart is 
but my heart is wild and free 
So am I homeless 
Or just heartless? 
Did I start this? 
Did it start me?
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12 de marzo de 2018, mi primer día de clases en la Universidad Central de Venezuela

Nunca puse en ningún perfil social “Futura Ucvista” o “Ucvista”. Nunca hice público que estudiaría ahí sino era necesario. Había demasiados cuentos de gente que había perdido sus cupos y tenía miedo de que también me pasara a mí. Incluso en los primeros semestres aún tenía miedo de que repentinamente por alguna razón dejara de estudiar ahí.

El cuento de cómo mi caótico primer día de clases no fue mi primer día de clases ya lo he narrado. El transporte de la Universidad se quedó accidentado y tuve que agarrar metro, llegué tarde a una clase sin profesor, tampoco tuve la segunda clase y me caí del autobús al bajarme en mi parada. Si lo juzgo ahora, el primer semestre fue divertido y raro. El segundo me enseñaría qué es la Universidad de verdad. Fue la única vez que raspé una materia. Paradójicamente, es una en las que más aprendí.

Una carrera universitaria no está definida por una nota. Hay demasiadas variables que pueden influir en tu desempeño y tú decides que tanto te quieres esforzar. No por tener 20 has aprendido, ni por tener 10 no sabes de nada. Lo lógico es que, si aprendes, pases, porque de eso se trata; pero el segundo semestre me enseñó que no siempre es así.

Puedo explicar y excusar mi reprobación en muchas cosas. De ese salón solo pasaron como tres o cuatro personas de casi 30. No iba a las preparadurías, ni era demasiado simpática con la profesora. Varios raspamos con un punto menos del que necesitábamos para pasar (lo que a veces demuestra la intención del profesor). Y muchas cosas más que probablemente me dije –y repetí para otros-, para justificar haber reprobado Castellano II cuando hasta un 20 saqué en una de las practicas.

Al cursarla por segunda vez, la profesora, jefa de catedra para el momento, no se explicaría cómo es que mis compañeros y yo estábamos ahí si éramos tan buenos. Ahí me daría cuenta de que aprender no significa sacar buenas notas siempre, que hay otras cosas en las que hay que esforzarse y yo no estaba demasiado dispuesta.

En el segundo semestre también conocí a otro profesor de esos que eliges por puro masoquismo, por aprender, por eso de “el conocimiento tiene que doler”, dicho por él mismo. Fue la primera vez que reprobaría un parcial en mi vida y la única que fui a una revisión en la que me bajaron los humos y demostraron que, definitivamente, merecía el 08 que obtuve. El semestre siguiente, en otra materia con él mismo, hasta sacaría un 19 en uno de los parciales.

Entre paros y protestas

Para esa época, el 2013, ya comenzarían los paros en la UCV y entonces me presentaron a la política venezolana de primera mano. Había escuchado muchas veces que La Central es “Venezuela chiquita” y aunque no me guste esa comparación por mucho que mi amor quiera que sí, tiene algo de cierto. Viví mi primer –y afortunadamente único- paro indefinido desde Canadá haciendo un curso de inglés. Volví al mes y medio porque en septiembre se reanudarían las clases.

Voté primero en la Universidad que en Venezuela. Nunca he sido demasiado simpatizante con la política, pero mis mejores amigos estuvieron vinculados estrechamente con el Centro de Estudiantes y la Federación estudiantil. Aunque fue de lejos, aprendí como a través de ciertos intereses se pueden manipular a muchas personas y cómo los partidos son financiados desde lugares de “dudosa procedencia”.

Para el 2015, comencé a trabajar paralelo a mis estudios. Estaba un poco desilusionada con la Universidad así que ya no hacía mucha vida en sus pasillos, aunque la seguí amando. La comparaba –y aún lo hago- como esos chistes de relaciones en las que declaras no querer nada u odiar a la otra persona hasta que te escribe o lo/a ves. En el 2016 inscribí mi último semestre y me dispuse a disfrutarla casi como en los primeros. Me inscribí en un taller de Crónicas con Héctor Torres y volví a pasar un poco más de tiempo en sus adyacencias.

Mi tesis se llevó más de un año. Entre protestas y mala comunicación con mi compañera, pasamos todo el 2017 en ella. Pudimos habernos graduado en el acto de grado de noviembre, pero los tiempos no nos dieron y eso nos trajo hasta el 2018. Y a terminar la carrera oficialmente en seis años en lugar de los cinco regulares. Pero como lo dijimos el día de la entrega del título y lo insinuó la rectora, sobrevivimos a paros y protestas, y lo seguiremos haciendo, porque más allá de las enseñanzas académicas, la UCV nos enseñó constancia, resistencia y mucho amor. Aún hoy que ya no estoy obligada a ir con frecuencia, lo hago, porque es mi zona de seguridad dentro de todo.