El pueblo de Anare, en Vargas, y cómo una de sus posadas se ha vuelto un destino recurrente para visitar los fines de semana
La vida no es la que uno vivió si no la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla Gabriel García Marquez
A Mario y a Tábata los conocí por nada más que ‘el universo conspirando’ con mi terquedad para llevarmme hasta allá. Un fin de semana de junio que salió muy bien, pero como menos lo esperábamos todos los que fuimos, y que determinó mucho lo que ocurriría en los próximos meses. Sin saberlo. Porque no, no sabíamos, en junio, que el resto del año visitaríamos Villa Anare una y otra vez, incluso solo de visita, yendo a la playa solo de paso. Y que Mario y Tábata, sus dueños, se convertirían en amigos.
Toda mi vida viviendo en Vargas – a excepcion de ese par de meses luego del deslave- y entre toda la costa con la que contamos, Anare nunca habia sido un destino predilecto para mí. Hasta que llegó la cuarentena. Hoy, el pueblo se ha llevado muchos recuerdos de situaciones que en algunos años se contarán como ‘la vez que…’; y, por otro lado, de alguna manera tengo que darle un poco el crédito por el fortalecimiento de una relación que no esperé.
Si me preguntaran por el lugar que más visité durante este 2021, respondería Anare sin pensarlo demasiado. En realidad, lo primero que haría es pensar en la playa y luego especificar en esa. Y en Villa Anare. La vida en Villa Anare. Donde entendí, mucho más que en cualquier otro lugar este año, que ser feliz es darse cuenta. Darse cuenta y estar. Darse cuenta de lo afortunado que eres y estar presente.
Villa Anare es irse a dormir y despertarse con el sonido de la playa. Es la luna nueva, media o llena y todas las estrellas sin luces que las opaquen. Es ver mar por la ventana y mucho más mar si caminas hasta el balcón. Es el cielo azul enmarcando todo eso.
Desde junio hemos ido todos los meses. Y a veces, aunque sea de paso, hasta dos o tres veces, aunque sea de paso. Ya es como si Villa Anare fuese nuestra casita de playa. La casita en La Península que no está en La Península y donde las olas hacen juego con mi pelo, la marea baila al compás de la ocasión y dormimos contando estrellas en el cielo hasta que sale el sol.
En algún punto de nuestras visitas, descubrimos que en el mapa, el pueblo de Anare está en línea recta con Santa Lucía, donde viven los padres de mi Mr. B. A los que también les encanta venir. Una línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. Qué Coincidencia. Aunque es necesario saber que ese enunciado sólo es posible siempre y cuando sea en una superficie plana, suena bonito decir que Lucía y Anare son dos puntos que pueden unirse facilmente con una línea recta. Un túnel.
Cada detalle nos hace romantizarlo más. Aunque al final Anare no sea más que otro pueblo costeño varguense con una plaza, una escuela y mucha gente trabajadora que lo quiere mucho. Es la playa que más he visitado desde el 2020 y en la que ahora me encanta pasear y disfrutar del mar. Incluso hasta bañarme, algo que no hago mucho ni en todas las playas. Es que a veces no son los lugares. Es la gente. Son los significados que les atribuimos.
Ir a la playa en La Guaira ahora significa ir a Anare, e ir a Anare no existe sin visitar, por lo menos de saludo, a Mario y a Tábata, y echarle un vistazo a nuestra casita en La Península.