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Por primera vez en cinco años no hice este post el 31 de diciembre del año anterior. Sin embargo, sí leí el del 2018, como era costumbre cada vez que hacía una entrada para despedir el año. El 2019 fue, de lejos, el año más raro de mi vida desde que tengo el blog y recopilo todas mis vivencias. Ya el 2018 había sido de metas muy offline o fuera de aquí, me di cuenta al releer esa entrada, pero el año pasado sí que me olvidé mucho de que alguna vez pensé que este sería mi trabajo por siempre.

El 2019 fue un año de romper con todo lo que estaba acostumbrada o con lo que pensaba que sería mi destino. Durante el 2014 pensaba que lo que quería hacer con mi vida por siempre era estar en el mundo de la moda, viajar, disfrutar del cine y escribir sobre ello en un blog que se convertiría en mi principal ingreso de vida. Lo logré, la verdad, de cierta manera estuve en esa cima; pero como todo en la vida, hay que seguir avanzando y cuanto más crecemos, más ambiciosas se hacen nuestras metas.

Sí, sigo siendo esa que quiere viajar y escribir, pero ahora tengo otra forma de llevar a cabo eso. Durante el 2018 aprendí mucho sobre el tema. El 2019 fue el año de los cambios y de conservar solo lo necesario. Me lo dijo la astrología un montón de veces durante todo el año y yo no lo creí hasta hoy, que me he sentado y he caído en cuenta de todo lo que he dejado atrás, pero sobre todo de lo que sigo conservando. Lo importante. Porque hay que soltar, dejar ir, botar y sobre todo sanar para ir más livianos por el camino. Para poder andar mejor y adoptar nuevas cosas.

De pensar en el 2019 desde sus inicios, tendría que decir que fueron turbios. Estaba muy confundida y no sabía qué me depararía el año. El 2018 fue casi siempre de altas, de cumplir demasiadas metas grandes y el 2019 me agarró pasando ese rush. Aunque no tardé mucho en saber que sería un año para mucho trabajo interno, enero fue muy january blues. Porque nunca tuve una meta clara de lo que quería proyectar en el año. A diferencia de este 2020. Sin embargo, eso no me preocupó demasiado, dejé fluir el 2019 y terminó con demasiadas decisiones grandes tomadas, decisiones que se desarrollarán durante este año y de las cuáles trataré de hacer resumen:

La gran decisión del año fue fundar la Agencia Bloom junto a mi socia, Alejandra D’Amico. No me pregunten por qué lo hice. No busquen mucho al capricornio ahí. Un día me lo propuso y sin pensarlo demasiado dije que sí. No la conocía tan bien, no éramos amigas, no nos teníamos confianza. Quizás ese ha sido el secreto de nuestra sociedad hasta ahora. Porque debo decirles que se convirtió en una de las personas más importantes de mi vida y mi compañera en el proyecto que por ahora estoy potenciando porque es en el que más tengo mis esfuerzos enfocados. Quizás el único.

Tras tres años y un poco más, terminó mi relación con J. Fue duro. Lo sigue siendo un poco, pero ambos sabemos que fue otra buena decisión del 2019. Al contrario de lo que se podría creer, nunca he estado más consciente de lo bonito que es sentirse enamorado, de lo bien que se siente cuando amas y es recíproco. Eso de que amar y ser amado “es sentir el sol from both sides”. Hoy más que nunca creo en el amor y en confiar en otra persona, en entregar lo mejor de ti; porque que algo termine no significa que se borren las emociones, las experiencias ni los momentos. Por eso es tan importante disfrutar cada uno de ellos y no desperdiciar nunca la oportunidad de agradecer por los minutos que nos regalamos junto a alguien. Sea quien sea. Vivir el aquí y ahora sigue siendo un mantra de vida.

Decisiones –o situaciones- que no dependieron de mí y tuve que aceptar fueron las muertes de distintos familiares y el empeoramiento de la enfermedad de mi abuela, que sigue conmigo, pero cada día me digo un poco más que ella está un poco menos. No podemos hacer nada cuando la vida de alguien se apaga. Duele, duele muchísimo. Este año experimenté un dolor que en la vida había sentido y créanme cuando les digo que no tengo otra palabra para describir cómo me sentí que destruida. Destruida, una palabra que nunca había querido usar, más allá de para que fuese un sinónimo de “desarreglada”. Pero sí, la muerte de un primo muy cercano, a sus apenas 30 años de vida, me destruyó un poco. O mucho. Mucho más de lo que pude explicar a cualquier amigo y no fue sido hasta diciembre, dos meses y medio después, que pude poner en palabras cómo me sentí.

Mi mayor conclusión de este año, que la dije en Instagram, pero vale la pena retomarla y extenderme aquí, es que ser adulto significa tomar las decisiones difíciles y hacerse cargo de sus consecuencias. Ser responsable de que actuamos personal, pero somos seres sociales; así como también reiteré que no hay ninguna persona a la que hayamos conocido al azar. Todos y cada uno de los individuos que se nos presentan alguna vez en nuestra vida tienen su papel y lugar. Lo he comprobado a lo largo de los años, pero este mucho más. Gente que nunca pensé pudiera volverse cercana se ha vuelto de las mejores amistades que he tenido, gente con la que nunca pensé trabajar se ha vuelto el mejor equipo o compañero de trabajo, gente cuya compañía no esperé disfrutar tanto, ahora se hace extrañar.

En el 2019 bailé mucho, bebí mucho, comí mucho… ¡más que cualquier otro año! Sobre todo eso de bailar. Creo que rumbeé como nunca antes. Cambié, cambié mucho, pero fue más de forma que de fondo. Como dije al principio, conservé lo esencial, lo que realmente soy. Y aquí voy, 2020, livianita, ansiosa por las cosas que voy a cargar conmigo de ahora en adelante.

Como todos los años, aunque esta entrada no esté puesta el 31 de diciembre de 2019, de igual forma les deseo un muy feliz año y que se cumplan las metas que no sabían que tenían, tal como me ha pasado a mí.

Los quiero y se los digo en serio porque ya son cinco años en esto.

M.