Notas, fotos y recuerdos de un viaje a Trujillo en enero 2023 para seguir construyendo mi memoria material

We keep this love in a Photograph
We made these memories for ourselves
Ed Sheeran

Me volvió a pasar. En Trujillo me volvió a pasar eso de no saber a qué se refiere el nombre de una comida. Tal como en Maracaibo. En este caso, con chicharrón de guayaba. El día que llegamos al estado, mientras nos dirijiamos a Los Molinos de Amadeo’s -nuestra estadía- vimos el aviso y todos comenzamos a especular sobre qué podía ser. Nos debatimos entre conchas de guayaba fritas y una cochina llamada Guayaba. Resultó ser un dulce con forma de chicharrón. 

Fue divertido mientras duró la duda, que solo le tomó una búsqueda en Google para desaparecer. Chicharrón de guayaba no es más que un dulce (que se atribuye a Colombia, la verdad) hecho de hojaldre y relleno de bocadillo de guayaba -una especie de jalea de guayaba, hecha con la pulpa de la fruta y panela-. Pero nos divertimos y aprendimos.

Me volvió a pasar. En Trujillo me volvió a pasar eso de que mis papás dicen que ya fuimos. Así como me decían con La Colonia Tovar. Pero a diferencia de esta, donde no había ni fotos de prueba. Al volver a los lugares en los que estuve de pequeña en Trujillo, sí lo recordé. Primero a través de fotos, también cómo me pasó con Maracaibo. 

Estoy ahí en un jeep a batería junto a mi hermano. Siempre me pasa -también- que recuerdo a través de lo que tenía puesto. Quizás es ese gusto mío por la ropa -y la moda en general. Pero me veo riendo con un abriguito color fucsia mientras seguramente manejaba terrible el juguete.

La Puerta en Trujillo

Ese es mi recuerdo de La Puerta. Y este enero le sumé algunos más. Creé nuevos buenos recuerdos en los mismos lugares, que ya no son lo mismo que conocí. Ni siquiera porque no los recuerdo. Ni siquiera por el aforismo de Heráclito.

La Puerta es un pueblo que debe su nombre a que fue una población fronteriza en la época del Virreinato. La puerta a la Provincia de Venezuela. También se dice que es La Puerta de los Andes. Incluso que Humboldt y Martí ya la llamaban La Puerta. 

Su nombre oficial es San Pablo de Momboy, pero ya nadie le dice así. Es uno de los destinos más turísticos de Trujillo, por sus paisajes, clima y por La Lagunita. Una comunidad a 15 minutos del pueblo, en donde puedes andar en bote -en la laguna, claro- o en caballo. Además de otras actividades como canopy o subir a una especie de mirador desde donde puedes ver todo desde un poquito más de altura, pero la verdad es que los árboles no te dejan. Aunque es buen ejercicio subir y no es ni tan forzado ni tan largo.

Pasamos una mañana en La Lagunita haciendo estas actividades y disfrutando de unos 11º C. Los Andes es la zona de Venezuela que me permite usar mi ropa de “invierno” -que en verdad solo son abrigos para un clima que no baje de los 5 º C (aproximado). Ahora en las fotos que se unen a las pruebas de que estuve en Trujillo me veo con mi chaqueta de pelos pedaleando un botecito. Como escribió Annie Ernaux en El Acontecimiento: “la única y auténtica memoria es material.” No tengo tanto espacio en mí para guardarlo todo. Por eso escribo. Por eso tomo fotos. 

Ahora que tengo una Instax, las fotos instantáneas me ayudan a concentrarme más en el momento. Luego a escribir a destiempo. Desde casa. ¿Será porque al ser por cartucho te concentras más en que salga bien a la primera, y en la digital, como puedes borrar y volver a tomar o simplemente tomar muchas y luego elegir una, la que más te guste, no prestas tanta atención? 

Guardé el amor de estos días en fotografías, así como Ed Sheeran. Tengo nuevos buenos recuerdos en La Puerta. El mismo lugar que ya no es el mismo que conocí. Ni siquiera porque no lo recordaba. Ni siquiera por el aforismo de Heráclito. No es el mismo porque las condiciones han decaído y ya solo llegar hasta Trujillo en carro desde La Guaira fue un reto. 

El combustible a principios de enero estaba escaso (o quizás la demanda subió con respecto a la existencia) y en este extremo del país se hace notar mucho más. Llegamos a un punto, en el trayecto de Lara a Trujillo, en el que vimos hasta siete (o más) estaciones de servicios cerradas, abandonadas. Y dentro del estado andino, hasta para surtir combustible a precio “internacional” funcionaban por número de placa y las personas hacen cola incluso desde el día anterior. Eso nos ensombreció el viaje un poco.

Nos costó más energía, tiempo y dinero de lo que teníamos pensado. A pesar de todo, el destino buscó la manera de favorecernos. Nuestra placa tocaba justo al día siguiente de haber llegado. Decidimos que nuestra primera aventura trujillana sería hacer cola para la gasolina. Y así lo hicimos. 

Puedo decir que conozco la esquina desde la Estación de servicio La Plata hasta el Pollo Sabroso de la Av. Bolívar de Valera como ninguna otra calle de Trujillo. Caminamos unas cinco o seis veces por toda la cuadra descubriendo que lo que más hay en ese tramo son tiendas y locales de ventas de repuestos. Aunque también hay una licorería -o quizás dos, solo que había una cerrada-, un automercado, un minicentro comercial y quizás otros comercios que no notamos. Pero lo de los repuestos nos sirvió para comprar liga de frenos al día siguiente, después de que se nos calentaran bajando desde El Monumento a la Virgen de la Paz. 

Museo Santuario del Dr. José Gregorio Hernández  

Mi recuerdo del Santuario al Dr. José Gregorio Hernández si está en mi memoria. No está en fotos. Aunque capaz buscando en mi casa lo consigo. Estamos nosotros, mi familia, haciendo cola -o quizás solo entre la gente- intentando llegar a la imagen. Y eso antes de que lo beatificaran. 

Y eso antes de asociarlo con un primo fallecido inesperadamente. Un primo que era casi un hermano y era devoto del Doctor como si éste lo hubiese salvado de un destino que nos destrozó a todos.

José Gregorio me llevó ahí. O, mejor dicho, visitar su Santuario me llevó ahí. Ni siquiera la idea de que mi bisabuelo llevó una placa que se encuentra entre las cientas que adornan las paredes del lugar es tan potente como la de que A era fiel devoto de él. No soy la más devota a la religión, pero en ese momento pensé mucho en la fé y su capacidad de hacer que la gente accione.

Sobre Trujillo y el Monumento a la Virgen de la Paz

Se dice que los indígenas tuvieron mucha resistencia frente a la conquista en Trujillo. Por eso y por las muchas veces en las que se “movió” (perteneció a distintas provincias a lo largo de la historia) también se le llama Ciudad Portátil a la Ciudad de Trujillo (capital homónima del estado), además de Trujillo de Nuestra Señora de la Paz. 

Lo que a mí me resulta un poco paradójico, frente al tema de los indígenas y al hecho de que Bolívar firmó allí el Decreto de Guerra a Muerte contra los españoles y canarios y por eso ésta ciudad tiene un papel muy importante en la Guerra de Independencia de Venezuela. Además de que también fue allí donde “los patriotas vencen a los realistas” en la Batalla de Niquitao y ocurrieron otros hechos no muy pacíficos.

La paradoja queda disuelta cuando, después de durar medio día en la cola para surtir combustible, nos encaminamos montaña arriba a la Peña de la Virgen, entre el Valle de los Cedros y el Zanjón de los Mucas para visitar el Monumento a la Virgen de la Paz. La estatua dedicada a la paz más alta del mundo con 46 metros de altura.

Dicen que desde allí puede observarse casi todo Trujillo, parte de Mérida y la Costa Sur del Lago de Maracaibo, pero lo cierto es que nosotros solo reconocimos una laguna y algunos pueblos del estado. 

Bajando se nos calentaron los frenos. Vaya susto. Y este recuerdo vuelve a comenzar atrás. 

Estancia Los Molinos de Amadeo’s en Trujillo

Si cierro los ojos estoy aquí. Con los 11º C de las noches. Con el olor a tierra y monte. Con el agua cayendo en la piscina de fondo y la música haciéndole competencia: reggaeton, salsa, vallenato, cumbia… o canciones versionadas a cumbia o champeta. Con gritos de maracuchos.

Si cierro los ojos estoy aquí. En familia. Despegándonos del curso regular del tiempo. Sintiendo que lo detenemos de a ratos. En Los Andes como que todo va más lento. Capaz por el frío. Es como si lleváramos más días aquí.

Si cierro los ojos estamos subiendo y bajando de aquí. Reconociendo algo nuevo en el trayecto cada vez. Comiendo divino. Conociendo la ensalada velo de novia y tomando cervecitas incluso en el frío. Tomando vinito también. Usando la piscina solo una vez en toda la estadía. 

Si cierro los ojos estoy aquí agradeciendo las oportunidades. Haciendo la paz con lo que me la quita. Creando -y viviendo- la vida que sueño…

Si abro los ojos estoy en mi casa. Pero tengo mi memoria material. Tengo  los recuerdos. 

De regreso a La Guaira nos detuvimos en Barquisimeto, visitamos el Manto de la Virgen, pero eso es historia para otro atardecer…